Palacio de los Patos: recorré unos de los edificios
emblemáticos más atractivos de Buenos Aires
Debía haber pasado a
la historia como Palacio Chopitea, pero a finales de la década del ‘20 golpeaba
las principales fortunas terratenientes del país, y haciendo referencia a la
falta de dinero de su propietario (porque pato según el lunfardo significa "carente
de dinero") finalmente le quedó el título de Palacio de los Patos. En esta
nota te invitamos a conocerlo mientras te contamos su historia
2 de abril de 2019
Imponente el frente del Palacios de
Los Patos.
"Pato, a: Adjetivo. Carente de
dinero". La entrada en el Diccionario Etimológico del Lunfardo le da la
derecha a los que explican el nacimiento de su nombre como una muestra más del
ácido humor porteño.
El Palacio de los Patos debía haber
pasado a la historia como lo hicieron el Kavanagh o el Barolo, con el nombre de
quien lo concibió d título: Palacio Chopitea, pero quiso el destino que la
finalización del imponente edificio soñado por Alfredo Miguel Chopitea
coincidiera en parte con la crisis económica que a finales de la década del '20
golpeaba las principales fortunas terratenientes del país.
El reloj de cuatro caras que es uno
de los emblemas de Los Patos.
Dicen las malas lenguas que, vistos
en la necesidad de achicarse, muchos integrantes de las familias aristocráticas
argentinas vieron en el fantástico edificio de renta una oportunidad de hacerlo
sin perder glamour. Tanto así, que varios comenzaron a mudarse aún cuando aún
no se había terminado de construir. Por eso, gracias al ingenio popular, el
edificio todavía no había terminado de nacer cuando ya había sido bautizado
para siempre.
Detalles en hierro
presentes en todo el edificio.
Qué mejor palacio
para aquellas aves de plumaje seco que querían seguir volando alto que este
fiel ejemplo de las influencias dominantes de la arquitectura y los gustos de
la clase alta porteña de fines del siglo XIX.
El cuerpo de buzones que se ubica
entre los dos portones de hierro del ingreso da testimonio del clima de época.
Alfredo Chopitea sabía lo que hacía.
El único heredero de Rómulo Chopitea (un próspero estanciero descendiente de
vascos), e Isabel Purcell (una maestra irlandesa contratada en Canadá por el
gobierno de Sarmiento), había nacido en Uruguay en 1881. Educado en Canadá, de
regreso en Argentina se dedicó a administrar campos de la familia, pero también
a proyectar y construir casas de renta.
El patio central, que originalmente
tenía piso de adoquines de madera, desde 1982 luce baldosas de cemento. El
diseño concebido por Azière alterna aberturas de medio punto con otras de vano
recto, tanto en interiores como en fachadas.
Edificó varias sobre la avenida Las
Heras y alrededores, pero la que iba a cobrar más protagonismo era la que tenía
reservada para la media manzana que había adquirido entre las actuales
Ugarteche, Juan María Gutiérrez, República Árabe Siria y Cabello.
Ricos trabajos de herrería custodian
escaleras y aberturas.
En su libro "Historia del
Palacio de los Patos" (Ed. Dunken, 2002), el escritor Jorge Ercasi cuenta
que durante un paseo por París, Chopitea quedó fascinado por un edificio y
decidió que la siguiente construcción que pusiera en marcha tendría que parecérsele
mucho.
El patio central, de cara a los dos
portones de hierro que marcan el ingreso a Los Patos, está surcado por palmeras
alocasias, helechos, y setos de buxus.
Rastreó al arquitecto responsable de
aquel diseño hasta dar con Henri Aziére y le encargó el proyecto. Sin viajar
nunca a la Argentina, Aziére confeccionó los planos del edificio basándose en
la información del terreno que le proporcionó Chopitea durante su único
encuentro.
"Manuel Chopitea –el hijo de
Alfredo– recuerda que estos planos los trajo su madre en un enorme tubo de
hojalata, cuando ella y sus cuatro hijos volvían a Buenos Aires en el buque
Andes, después de haber vivido cuatro años en Suiza a causa de una enfermedad
de la señora Chopitea", cuenta Ercasi. Nelly Moss, la esposa del emprendedor,
que había elegido el clima alpino para recuperarse de la tuberculosis, se
instaló en Suiza desde 1922 a 1926 y a su regreso aprovechó para traer los
planos terminados por el arquitecto francés. Pero su marido, al recibirlos, no
iba a quedar conforme.
Uno de los vitrales –presentes en las
ventanas de cada cuerpo– se caracteriza por su diseño de círculos de colores.
Una cantidad menor de departamentos
de la que esperaba, unidades de mayor tamaño, y un patio central excesivamente
amplio en detrimento de los laterales, hicieron que le pidiera a Julio
Senillosa, reconocido arquitecto y, además, su primo, que modificara lo
proyectado en Europa. Senillosa, quien antes de este encargo solamente iba a
dirigir la obra, se encargó de aumentar el número de unidades al reducir su
tamaño, cambió la distribución interior del condominio y aumentó la superficie
dedicada a los patios. El resultado es el magnífico edificio de estilo francés
que sobre un terreno de 4.439 m2 deja libres los cerca de 1.400 m2 que ocupan
sus 9 patios. De bella armonía y perfecta simetría, la estructura fue
construida por Negroni & Ferraris en cemento armado (la imagen del aviso de
la constructora aparecido en la revista El Arquitecto Constructor en diciembre
de 1928 mostraba la fachada del edificio de Ugarteche al 3050 en progreso).
Simetrías perfectas en la fachada
afrancesada de la esquina inolvidable de Ugarteche y Cabello.
Enmarcado dentro del estilo clásico
academicista francés –que se había impuesto a partir de 1880 entre las clases
altas porteñas, que se nutrían de las Beaux-Arts parisinas en sus vacaciones–,
el edificio suma 144 departamentos de entre 2 y 7 ambientes, distribuidos en 6
cuerpos con planta baja y 6 pisos cada uno.
Trabajos de hierro forjado recorren
las escaleras.
El elegante patio central, que puede
verse desde la calle, tiene una superficie de 386 m2, que originalmente estaba
cubierta por adoquines de madera. Está custodiado por un reloj de cuatro
cuadrantes que, junto al buzón para la correspondencia (que tiene dos caras y contempla
gavetas para cada departamento), es el emblema del edificio. A cada lado de ese
patio principal se alinean cuatro patios interiores que unen los distintos
cuerpos de departamentos, mientras otros cuatro patios internos proporcionan
aire y luz a las unidades al contrafrente.
Vanos de medio punto que se alternan
con otros rectos según un patrón simétrico, riquísimos trabajos de herrería,
aberturas con vitrales que llevan incrustaciones circulares de vidrio
multicolor, mosaicos que dibujan figuras geométricas y conectan las gruesas
puertas de madera maciza, han sobrevivido hasta hoy, para deleite de quienes,
como desde hace 86 años, habitan este portento de Buenos Aires, y los que se
maravillan con su belleza imperecedera.
Texto: Marina Denoy.
Fotos: María Eugenia Daneri.